Lindsay Lohan y Selena Gomez salen de compras

 
 
A Selena Gomez todo se le perdona, pero Lindsay Lohan siempre levanta sospechas. Esta vez la nueva Monroe reapareció por las casas de las marcas más exclusivas, pero hasta ahora no hizo ningún movimiento extraño. ¿Habrá vuelto a las andadas?

¿Será que busca renovarse después de un cambio de look que la muestra algo más avejentada? O quizás, este sea el primer signo de una eterna compulsión que viene a reaparecer.

Después de tantas idas y vueltas ya no es gracioso burlarse de una pobrecilla que no hace más que ponerse en ridículo y, peor aún, en riesgo.

Ya no es cuestión de criticar a estas niñas perdidas en el mundo.

Ella, como tantas otras (y otros), parecen actuar como robots que en el fondo son síntomas de una cultura chata.

La cultura norteamericana podrá ser expansible al mundo entero, pero lamentablemente celebra y aviva la compulsión.

No es cuestión de sentir pena por Lohan o por cualquier niña mimada como Selena Gomez. De todos modos, es hora de pensar por qué en Estados Unidos estas figuras proliferan a más no poder.

Es sencillo culpar a las drogas, a los paparazzi, a la falta de litio y a la promiscuidad del showbiz. Lo que no es tan fácil es aceptar la responsabilidad colectiva de una sociedad que, a través de estas mujeres ricas, desgastadas y con demasiado tiempo libre, reproduce los estereotipos más degradantes.

Selena y Lilo son un producto más de la cultura descartable. Hoy suben, mañana bajan. Si tienen suerte no terminan como W. Houston o la genial Amy Winehouse, pero el riesgo existe.

Mientras unas artistas son el emblema del descontrol, otras dan la imagen de inmaculada de la jovencita ingenua que ama a su exitoso novio.

Selena Gomez aprovechó su visita a la Argentina para disfrutar del shopping. Dispuesta a pasear por las calles de la Ciudad de Buenos Aires, eligió tiendas poco conocidas y compró algunos ítems. Lejos de ser adicta a las compras, parece que sabe manejarse con cautela. O eso resaltan los medios a falta de mejores historias.

El equilibrio entre el bien y el mal está a la orden del día y ambas mujeres representan un polo opuesto: Lilo es un alma perdida y Selena una genial futura madre y esposa.

Paralelamente, las damas que forman parte de los contingentes de inmigrantes hispanos, africanos o asiáticos sin estudios universitarios quedan confinadas a limpiar pisos y retretes o bien a tomar trabajos poco calificados.

La sociedad ofrece poco a quienes tienen poco.

Ser mucama de un sistema que cada vez más separa la brecha entre ricos y pobres o lindos y feos parece ser el destino de quienes no llevan sangre estadounidense; como si eso realmente existiera.

Lilo personifica lo indeseable mientras que Selena es la nueva novia de América. Ambas manejan grandes sumas de dinero. Pero, a su vez, también están sometidas a los estándares sociales que las obligan a hacer las cosas bien o mal, dependiendo del sitio que se les permita ocupar.

La maquinaria cultural y económica necesita a los pobres, a los explotados, a las mujeres sometidas, a los hombres enfermos, a las niñas buenas y a las niñas malas.

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